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Cuando nos enamoramos nos dan ganas de ponernos nuestros mejores atuendos, de arreglarnos más y hasta incluso, muchas veces nos animamos a hacer cosas que nunca hicimos antes, como por ejemplo practicar algún deporte nuevo, o viajar a un sitio desconocido. Queremos dar lo mejor de nosotros y sin dudas, estar enamorado es uno de los mejores estados posibles… coinciden ¿no?

Lo mismo pasa cuando nos enamoramos de nuestra casa, cuando nos animamos a pensarla diferente, a organizarla en función de lo que necesitamos, con lo que nos gusta, con aquellas cosas que nos hacen bien… Cuando sacamos eso que ya no usamos y ocupa un lugar protagónico en nuestro espacio, cuando convertimos nuestra casa en nuestro amor, cuando entrar a ella nos genera esa sensación de felicidad, de llegar a nuestro lugar en el mundo.

Se me viene a la mente una frase de Augusto Comte que refleja en gran parte mi forma de ser y de hacer: “El amor como principio, el orden como base”. Y es que realmente pienso que llevar a cabo una iniciativa de planificación y organización en nuestra casa, en el lugar que habitamos, no sólo nos vincula con beneficios racionales de eficiencia, ahorro de energía, mejor uso del tiempo y mayor productividad; sino que nos abre un universo de sentimientos y emociones positivas… de amor que se vive cuando logramos que nuestro hogar, nuestro hábitat, respire orden y armonía visual.

Cuando en ese proceso hablamos de descartar lo que no usamos, yo prefiero decir que nos enfocamos en conservar lo que queremos y nos deshacemos de las cosas que nos distraen de aquello que amamos.

Con muchos de mis clientes al transitar el proceso de organización de sus espacios, observo en ellos cómo se vuelven a enamorar de lugares y objetos que muchas veces creían perdidos o simplemente no estaban pudiendo valorar, y cómo empiezan a disfrutar de rutinas que antes padecían y bien pensadas y planificadas, sólo aportan bienestar.

Dentro de una organización, más allá de lo funcional, hay una revalorización y una búsqueda de lo armónico, de lo bello y esa es otra de las razones por las que creo que el orden de un hogar es enamorarse del lugar que habitamos.

En la dinámica de ordenar, la gurú en la materia, Marie Kondo, destaca como uno de los criterios para descartar o no algo, el hecho de si nos produce felicidad y nos invita a “sentir” qué nos pasa cuando lo tenemos en nuestras manos y conservar aquello que sólo nos produce felicidad.

Me gusta decir que una casa ordenada es una casa que realmente conozco, que vive y me hace vivir como quiero y deseo. Que no se me impone con problemas, con imprevistos, con urgencias innecesarias que me sacan energía.

Mi propuesta es entonces enamorarse de ese hogar que conspira todos los días para que todo fluya, para que la armonía y la convivencia generen momentos y experiencias gratas donde en cada ambiente nos veamos reflejados y nos sintamos a gusto.

Recordando a Buda cuando decía “Cuida el interior, tanto como el exterior, porque todo es uno”, una pregunta que siempre hago antes y después de cada organización es “¿cómo te sentís al entrar a tu casa?”

Me parece clave identificar y registrar qué nos pasa frente a lo que vemos, qué sentimos y qué cambio experimentamos luego de pasar por el proceso de organización.

Es muy gratificante siempre encontrarme con la enorme alegría que manifiestan mis clientes al redescubrir sus espacios, revalorizar los mismos y empezar a disfrutar de ellos con la plena tranquilidad de que hay una planificación y organización que sustenta los cambios en el tiempo. Esta actitud nueva y vital se empieza a gestar desde el momento en que la persona me contacta para tener la primera entrevista de diagnóstico de organización para su hogar (el cambio empieza antes de cambiar), y perdura en el tiempo cuando observa que los beneficios se sostienen y traen aparejados otros en simultáneo, como la armonía familiar y el fluir de los procesos diarios de la casa, que antes nos quitaban algo más que tiempo y energía.

A lo mejor no fue un flechazo a primera vista. A lo mejor, poco a poco, tu casa te fue conquistando para así llenarla de experiencias y convertirla en tu hogar. Porque al final, se trata de eso, de mirar a tu alrededor y reconocerte en cada ambiente, paredes, muebles, telas, luces, fotos, recuerdos, en cada detalle que con amor y dedicación pensás día a día para mejorar y embellecer tu casa.

Esta “nueva” forma de vivir y relacionarnos con nuestros espacios, sin lugar a dudas, nos invita naturalmente a enamorarnos de ellos. Tal vez sea tiempo de visualizar esa situación, esa imagen de lo que queremos y empezar a diseñar el camino que nos conduzca hacia la casa de nuestros sueños.

La fecha no importa, sino que al pensar en tu casa, tengas una historia que te haga sonreír, disfrutar y enamorarte cada día más de ella.